La frontera imaginaria

Bueno, seguimos con asuntos “playeros”, que parece que es lo que toca en estos momentos, terminando esta trilogía “playera” y cumpliendo con lo que he comentado en algún escrito, donde mencionaba una “frontera” imaginaria (que nadie se alarme, que no se trata de poner barreras) que los niños de mi generación conocimos en nuestra playa del Carmen. Ahí va, una “disertación” sobre lo que recuerdo de aquella “imaginaria” frontera que separaba la “playa chica” de la “playa grande”, sin que mediara ningún impedimento físico (salvo cuando llenaba la marea). Aunque a veces, como pasa en tantas cosas, hay normas y usos “no escritos” que se convierten en algo “cuasi” de obligado cumplimiento. Advirtiendo, por favor, a los que se acerquen a este escrito, que lo vean como lo que es, un escrito “intrascendente”, sin más afán o intención que echar un “ratito” recordando la ya lejana niñez, y que por favor no derive, como suele pasar a veces en las redes sociales, en comentarios o apreciaciones que perciban aspectos que para nada siguen ni persiguen este escrito.

Entrando en materia, la “playa chica” fue, y creo que sigue siendo, la playa más “popular” de nuestro pueblo; mientras que la “playa grande” en aquellos años de mi niñez, donde todavía podíamos decir que había “clases”, era la playa de las “casetas”, la playa un poco, si quieren ustedes, más “refinada”.

Hablaba hace unos días con un amigo de este asunto y recordábamos que nuestras madres, las pocas veces que iban a la playa de “comida” con la familia (a la sazón algunos pocos domingos de aquellos “cortos” veranos), nos llevaban a la playa chica o la playa de la Yerbabuena. Y, como hemos comentado en otros escritos, después del 16 de julio, cuando la Virgen del Carmen había “bendecido” las aguas, ya que el baño estaba “prohibido” antes de esa fecha (prohibición que, por cierto, los niños nos la saltábamos a la “torera”).

Al menos en mi recuerdo de aquellas fechas, el “pueblo”, la “clase trabajadora”, en esos pocos días de playa, si tocaba ir a la playa era a la más cercana. Pareciera que las guiara un todavía inexistente GPS, dirigían sus pasos a la zona que va desde los chiringuitos de Rajamanta y el Gordo hasta la zona del actual IXO; es decir, quedándose en todo caso en los límites de aquella “frontera imaginaria”. Las escapadas a la Yerbabuena eran más escasas, ya que entonces el coche o cualquier otro medio de transporte, era un artículo de “lujo”.

En fin, recuerdos de un tiempo pasado, donde teníamos el “tesoro” de la juventud, con todo lo que ello conlleva, y donde a esa “frontera imaginaria” se la tragó la arena, aunque con marea vacía. Es posible que los más mayores sigamos viendo en nuestros recuerdos aquella “frontera imaginaria”. Salud.

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